Por la Dra. Elaine Aron, investigadora y descubridora de la Alta Sensibilidad
«La
vergüenza es una emoción dolorosa, al igual que el miedo o la tristeza. Pero
quizá la vergüenza sea la más dolorosa de ellas porque se registra en el
cerebro como un dolor físico severo. La vergüenza es una emoción social, al
igual que el miedo social, la culpa o el orgullo. Las emociones sociales
solamente se pueden sentir cuando estamos rodeados de gente o al menos lo
estamos en nuestros pensamientos.
Cada emoción provoca expresiones faciales y
movimientos característicos del cuerpo. Se puede deducir que alguien está
sintiendo vergüenza cuando quiere esconderse, desaparecer, incluso morirse, en un "tierra
trágame". En esos momentos la persona se percibe a sí misma como
alguien horrible. El avergonzado baja la cabeza y no puede mirar
directamente a los ojos porque siente que no vale nada. Incluso si quisiera
disimularlo no podría, puesto que el rubor facial lo delata. La vergüenza causa
la sensación de que somos insoportablemente defectuosos y ello provoca
automáticamente una bajada en la autoestima. Sentimos la derrota. Nos sentimos
humillados. Aceptamos nuestro rango inferior y permanecemos allí,
contentándonos con no ser rechazados. Es tan dolorosa que después de la
infancia no suele ser necesario que nadie nos la haga sentir, ya que nosotros
mismos nos la infligimos ante la expectativa de que nos pillen en falta.
El
sentimiento de culpa, sin embargo, es más leve, más suave, porque con ella uno
siente que ha hecho algo malo, no que uno es intrínsecamente
malo. Con la culpa uno sabe que puede arreglarlo o tener la esperanza de ser
perdonado, y aunque ello no suceda, la culpa no tiene un sentido tan
irrevocable y rotundo como la vergüenza.
Estoy
convencida de que las personas altamente sensibles somos más propensas a la
vergüenza porque sentimos las emociones más intensamente. El rasgo que nos
motiva a ser más cautos y a observar antes de actuar es el que nos hace ser más
sensibles a la vergüenza. Estamos más atentos a todo lo que podría causarla en
nosotros e inhibimos cualquier impulso que pudiera desembocar en ella.
Las
personas altamente sensibles también se han podido ver más afectadas por una
educación imperfecta durante la infancia, en la que el niño fue sometido por
medio de la vergüenza, en lugar de aprender a distinguirla de la culpa. Una
misma circunstancia pudo provocar el sentimiento de culpa en un niño, mientras
que en el caso de uno altamente sensible pudo causar vergüenza, especialmente
si los padres reaccionaron sin mucho cuidado. Los niños también sienten
vergüenza cuando no se les atiende debidamente, se les deja solos demasiado
tiempo o sencillamente no se sienten queridos. Puede no ser lógico pero lo cierto
es que en estos casos, sentir vergüenza, sentir el dolor que dicha vergüenza
provoca, motiva a los niños a esforzarse para lograr el cariño y el cuidado que
necesitan.
Las
personas altamente sensibles utilizamos autoprotecciones como culpar a los demás,
minimizar nuestra responsabilidad, etcétera, pero sobre todo, lo que hacemos es
adaptarnos a lo que es normal en el grupo para de este modo ser aceptados y
alejar la posibilidad de sentir vergüenza. Tratamos de ser perfectos, no
cometer errores, siempre somos generosos. Nos esforzamos más de lo que
correspondería, para triunfar o para que al menos nadie pueda decir que no lo
hemos intentando. Pero este comportamiento a menudo conduce a vidas demasiado
restringidas. Dejamos de ser espontáneos y no nos arriesgamos en las
relaciones. No alcanzamos a hacer cosas que quizá nos harían felices, pero así,
al menos, evitamos la vergüenza...
Casi
todos los consejos que se dan sobre cómo superar los problemas y vivir mejor
tratan en el fondo de superar el miedo a la vergüenza. Te dicen:
"empodérate", "conquista tus miedos", "quiérete
más", "aumenta tu autoestima", "supera la timidez". Y
cuando no lo conseguimos, ¿sabes lo que sucede? Que sentimos vergüenza.
El
fondo del problema no suele ser considerado y entenderlo puede que sea un buen
modo de comenzar a tratar los problemas de sentir una vergüenza innecesaria. Se
trata de buscar el origen de esas vergüenzas porque a menudo siguen
acompañándonos durante toda la vida. ¿En qué circunstancias la sentimos más
intensamente y quién nos la hace sentir? Considerar cómo hemos organizado
nuestra vida para evitar hacer ciertas cosas. Qué partes de nosotros han sido
desconectadas. ¿Tu parte animal? ¿Tu parte creativa? ¿La parte de ti que sabe
qué es lo que necesitas para ser feliz? ¿La parte que cuida de tu dignidad como
persona?
En
cualquier caso es interesante volvernos más conscientes sobre la vergüenza y lo
poco razonable que es a menudo, o lo condicionada que está por una cultura que
quiere algo de nosotros. Quizá al envejecer y hacernos más sabios podamos dar a
la sociedad, a los grupos de los que formamos parte y a aquellos críticos de
nuestro pasado que aún siguen con nosotros, buena parte de lo que nos piden
pero sin sacrificar completamente nuestra alma y nuestra vida.»
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