sábado, 21 de septiembre de 2019

MIENTRAS YO SEPA QUIÉN SOY, NO TENGO NADA QUE DEMOSTRAR

 
La necesidad  de  conseguir aceptación, es una fuente importante de estrés.
 Si analizamos durante un momento este aspecto, nos daremos cuenta de que lo practicamos con
 demasiada  frecuencia  para demostrar que queremos a nuestra familia o amigos y acabamos haciendo
 cosas que no nos apetecen o que no deseamos.
 Ahora bien, queda claro que para convivir, en ocasiones, no tenemos más remedio que llevar a cabo
 acciones  con las cuales fortalecer el vínculo o, sencillamente, cumplir con la propia sociedad. No
 obstante, siempre hay un límite, que son los valores propios y, sobre todo, la dignidad personal. Cuando
 nos  alejamos de estos puntos y nos vemos obligados a demostrar cosas que no son auténticas, corremos
 el riesgo de sufrir una crisis de identidad o una depresión.
 Demostrar autenticidad es una forma de libertad y de bienestar.

 Un “NO” supone en ocasiones temer hacer daño a alguien, o aún más, decepcionar a una persona que
 queremos. A pesar de ello, esta palabra es esa llave capaz de abrirnos infinitas puertas y oportunidades.
 Porque un “NO” a tiempo es un “SÍ” en el instante más adecuado.  Un “NO” en el momento justo, aunque
 nos   cueste y sea algo muy duro, es darnos una oportunidad  para  empezar de nuevo y dejar de hacernos
 daño.
 Sin embargo, en caso de continuar con ello, lo que estaremos haciendo será alejarnos de nosotros mismos
 y caer  cautivos del  sufrimiento inútil. La valentía de demostrar quiénes somos  y  lo que deseamos,
 demostrar   quiénes somos y lo que queremos, es una técnica de supervivencia muy necesaria. Es como
 marcar un territorio,  ahí donde los demás deben saber hasta dónde pueden llegar y qué es lo que se van
 a   encontrar  en caso de sobrepasar esas líneas.

 Las personas que no llegan nunca a marcar límites, dejan paso para que los demás sobrepasen esas
 líneas pidiendo un poco más, esperando que siempre estén a su disposición sin respetar  siquiera sus
 derechos  o necesidades. La indecisión, la  inseguridad y una baja autoestima nos aboca a una continua
 búsqueda de aceptación exterior con la cual sentirnos bien  no es lo adecuado. Quien busca la aprobación
 de los demás cae en una espiral de infelicidad muy peligrosa. Son esas personas que buscan agradar o
 complacer siempre a sus parejas  o incapaces de dar una negativa a la familia, aunque ello vaya en contra
 de sus  principios, porque temen por encima de todo decepcionar “porque solo así se sienten bien”.

 Lejos de ver este tema como una especie de acto egoísta que nos aísle del mundo, hemos de verlo
 como “una celebración de nosotros mismos”. En el momento en que tenemos claro lo que somos,
 lo que   queremos y lo que no estamos dispuestos a  permitir, aparece una adecuada tranquilidad interior,
 y nos   relacionamos mucho mejor. Además, somos plenamente conscientes de que también los demás
 tienen   todo   el derecho a ser auténticos, espontáneos  y  a mostrarse ante nosotros con sinceridad  y
 sin   falsedades.
 Nadie debe sentirse obligado a aparentar algo que no es. Sé quién soy  y me siento libre. 
 Podríamos decir que la vida es, ante todo, un reencuentro con nosotros mismos donde, una vez que
 alcanzamos  esa “conexión interior”, podemos ser capaces de establecer relaciones más satisfactorias
 con  los demás.   Es entonces cuando nos encontramos los unos a los otros en libertad, siendo
 conscientes   de los derechos de cada uno, de la magia de construir proyectos en común sintiéndonos
 libres pero   intensamente unidos a la vez.  No es algo fácil de llevar a cabo, no hay duda; por ello vale
 la pena ir poco  a poco, y llegar a  ese punto donde encontrar un adecuado equilibrio en el que dejar de
 aparentar cosas   que no somos  o no sentimos.

  Así que hay que dejar muy claro desde el inicio, cuáles son nuestros valores y qué es lo que estamos
 dispuestos  a    soportar y qué no, es una información muy necesaria para quienes nos rodean. Facilita
 las   cosas y, por   supuesto, la convivencia.  

 La valentía de decir “no” es siempre un acto de liberación que merece la pena practicar más   a menudo.

Extraído de mejorconsalud.com